A través de Malaquías, Dios les pregunta a los sacerdotes de Israel porque han mostrado tan poco respeto y honor hacia Él en sus sacrificios. Ellos llaman a Dios Padre, le llaman Señor, pero aún así no le dan honor a Él, ni le dan reverencia con sus sacrificios. Los sacerdotes de Israel presidían sobre los sacrificios, y era su deber el sostener el honor y la dignidad de los sacrificios. Pero aún ofrecían pan inmundo hacia Dios, y ofrecían animales que estaban ciegos, cojos, o enfermos. Sabemos que claramente la ley prohibía ofrecer sacrificios con defectos. Los sacerdotes ni siquiera se habían dado cuenta que habían menospreciado a Dios con sus acciones. Dios quería que los sacerdotes de Israel pensaran en cuanto a su servicio hacia Él, y Él quiere que los ministros de hoy piensen de la misma manera, cuidadosamente.

El altar era el lugar de sacrificio, y le pertenecía a Dios. Pero los sacerdotes en los días de Malaquías profanaron a Dios y Su altar. Los sacerdotes no estaban agradecidos por su ministerio, pues ellos trabajaban delante del Señor. Ellos se quejaban de lo que el pueblo daba y de los problemas de ser un sacerdote. Tanto los sacerdotes y el pueblo intentaban dar a Dios las cosas que el gobierno no quería aceptar como tributo. El Rey David tenía un corazón completamente diferente, al decir, no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada (2 Samuel 24:24).

Dios pensaba que era mejor el cerrar las puertas en lugar de continuar con una adoración inútil. No todo lo que es ofrecido a Dios como adoración es aceptado por Dios como adoración. Algunas veces Él preferiría simplemente detenerse, y decir: “Yo no tengo complacencia en ustedes.” Estamos preocupados con el crecimiento de la iglesia, evangelismo, y plantar iglesias. Pero en algunos casos lo mejor que podemos hacer por la causa del Señor es el cerrar las puertas en muchas iglesias. Pero Dios no estará sin ser adorado. Si los sacerdotes y el pueblo entre los judíos no le adoran a Él en Espíritu y en verdad, Dios encontrará adoradores entre las naciones.

Esta es una gloriosa promesa de que la verdadera adoración hacia Dios se extenderá por toda la tierra. El mandamiento de Jesús de llevar el Evangelio e ir a toda nación, es parte de la manera de Dios de cumplir esta promesa. Es, por lo tanto, inconcebible que un profeta pueda sugerir que las naciones de sus propios días estuvieran adorando al Señor bajo otro nombre (Isaías 42:8). Más bien es él proclamando que las naciones llegarán al conocimiento de Dios, revelado en las Escrituras. Su adoración hueca y no sincera también era insatisfactorio para los adoradores. Porque ellos no se encontraban con Dios en su adoración, y era tan hueco para ellos como lo era para Dios.

La verdadera adoración jamás es despreciable o un fastidio. Al traerle a Dios menos de lo mejor que tienen, ellos eran engañadores, como Ananías y Safira, quienes pretendían rendir todo a Dios, pero en realidad no lo hicieron. Ellos simplemente no trataban a Dios como un gran Rey, uno que debía de ser temido y honrado. Cuando ofrecemos una adoración superficial e insincera a Dios, no le honramos como un Gran Rey.

Pastor Carlos Umaña Comunidad Cristiana Lifehouse.