Eliú estaba preparando el camino para que Dios respondiera. Aunque él mismo, en realidad, no tenía la respuesta, reconoció que estos otros hombres, los amigos de Job, tampoco tenían una respuesta. Notemos ahora lo que dijo Eliú al continuar su discurso, en los versículos 10 al 12:

“Por tanto, yo dije: Escuchadme, declararé yo también mi sabiduría. Yo he esperado a vuestras razones, he escuchado vuestros argumentos, en tanto que buscabais palabras. Os he prestado atención, y no hubo entre vosotros quien refutara a Job y respondiera a sus razones”.

Y esta afirmación, por supuesto, era absolutamente cierta. Luego, en el versículo 13, él añadió: “Para que no digáis: Nosotros hemos hallado sabiduría. Es Dios quien lo vence, no el hombre”. Y eso le molestó a Eliú porque él pensaba que estos hombres deberían haber sido capaces de darle una respuesta a Job. Y le preocupó porque Job se había sentido justificado, reivindicado, y en esa posición se encontraba muy creído y autosuficiente.

La palabra “contrito” en su significado literal, quiere decir “magullado”. Y eso es algo que le ocurrió a Job. Ahora, era cierto que él había sido golpeado, magullado. Utilizando la ilustración de un combate de boxeo, diremos que él se había enfrentado en el cuadrilátero con Satanás, y había tenido tres asaltos con sus amigos. Y que este hombre Job estaba saliendo de esa lucha golpeado, magullado; no había duda alguna. La contrición, el arrepentimiento sale desde el interior del ser humano, Es un dolor, remordimiento, arrepentimiento por el pecado.

El rey David entendió este sentimiento y dijo en el Salmo 51:17, “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Job había sido severamente golpeado, pero aún no tenía ese sentimiento de arrepentimiento. Sin embargo, Dios aún no había acabado con él. Solamente Dios puede dar la respuesta a quién está controlado por la justificación propia, el orgullo y la arrogancia.

En el momento en que usted y yo nos justificamos a nosotros mismos, podemos estar seguros de una cosa: podemos entrar al cuadrilátero con Dios, y Él va a golpearnos. Él tiene que tratarnos de esa manera, porque parece que se requiere un proceso severo y duro para llevarnos a una comprensión de nuestro pecado y a un espíritu de humildad. Tenemos el ejemplo de un espíritu así demostrado en la vida de Juan Wesley. Se cuenta que en cierta ocasión Wesley se encontraba cruzando un puente muy angosto, y se encontró con un enemigo suyo en el centro del mismo puente. No había lugar para poder pasar, y su enemigo se irguió en toda su altura plantándose en medio del puente y le dijo: “Yo nunca le doy paso a un burro”. Wesley lo miró por un momento y luego le dijo: “Bueno, yo siempre se lo doy”. Y retrocedió hasta el comienzo del puente y permitió que el otro pasara. Siempre hemos pensado, que esa es la mejor respuesta que uno puede dar en un caso así. No hay muchas personas que estén dispuestas a retroceder, a dar un paso atrás. Pero Wesley estaba dispuesto a hacerlo.

Al leer los versículos 16 y 17 Tenemos aquí la sugerencia de que este joven Eliú pudiera haber sido el autor de este Libro. Observemos que él estaba usando el pronombre personal “yo” en un sentido en el que podría dar a entender que él estuviera escribiendo el libro. En el versículo 18: estaba diciendo que se sentía obligado a decir más. A él le hubiera agradado decir más, pero no lo haría. Aparentemente, el Espíritu de Dios le impidió que lo hiciera.

Desgraciadamente, muchos de nosotros podemos llegar a ser altivos. Somos muy susceptibles y tenaces. Nos irritamos fácilmente. Estamos siempre dispuestos a vindicarnos, a justificarnos a nosotros mismos, y no queremos que nadie nos reprenda. No hay suavidad de tono, ni ese toque delicado. No hay nada que sea tierno ni consolador; no arrojamos aceite sobre las aguas turbulentas. No tenemos un corazón contrito; ni ojos llenos de lágrimas. Hacemos ostentación de nuestra propia experiencia como Elifaz. Nos complacemos en tener un espíritu legalista, como Zofar. Y luego, introducimos la autoridad humana, como hizo Bildad. Pero, no hay nada en nosotros de ese espíritu y de la mente de Cristo. Recordemos lo que dice Proverbios 15:1: “La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego”. La mayoría de nosotros tiene la tendencia a olvidar esa verdad.

Pastor Carlos Umaña Comunidad Cristiana Lifehouse.