Esta es una sección clave de la epístola de Pablo a los Gálatas en la qué se trata la relación entre la ley mosaica y la promesa de Dios a Abraham. El pasaje aborda la cuestión de por qué se dio la ley si la justificación viene por la fe, y concluye con una afirmación poderosa de la unidad de todos los creyentes en Cristo.

Pablo comienza preguntando “¿Cuál, pues, es el propósito de la ley?”. La ley fue añadida “a causa de las transgresiones”, es decir, se introdujo para resaltar el pecado, para mostrar la necesidad de un Salvador. La ley no fue dada para salvar, sino para conducir a las personas hacia Cristo. Además, aclara que la ley tenía una naturaleza temporal, “hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa”, refiriéndose a Cristo como la “simiente” prometida. Pero el mediador no lo es de uno solo; aunque Dios es uno”. Este versículo puede ser complicado, pero parece resaltar qué, mientras la ley fue dada a través de un mediador (Moisés), la promesa fue dada directamente por Dios a Abraham, subrayando la supremacía de la promesa sobre la ley. Pablo aclara que la ley no está en contra de las promesas de Dios, pero sí tiene un papel diferente. La Escritura ha “encerrado todo bajo pecado” para que la promesa, que se obtiene por la fe en Cristo, sea la solución. La ley no puede dar vida; solo Cristo lo hace. La ley encierra a todos bajo el pecado, pero la fe en Cristo abre el camino a la justificación.

Pablo pinta un cuadro del encarcelamiento. Los barrotes de la celda son pecado, manteniéndonos confinados. La Escritura nos puso en la cárcel, porque señaló nuestra condición pecaminosa. Así que nos sentimos presos por el pecado, y la ley no puede ayudarnos, porque la ley nos puso en la prisión. El pecado se personifica como un carcelero, que mantiene a los pecadores bajo su control para que no puedan liberarse. Algunos protestan y dicen: “No soy prisionero del pecado”. Hay una forma sencilla de demostrarlo: deja de pecar. Pero si no puedes dejar de pecar, o si alguna vez tienes un historial de pecado, entonces estás aprisionado por la ley de Dios. Cuando la Ley los lleve al punto de la desesperación, que los lleve un poco más lejos, que los lleve directamente a los brazos de Jesús, quien dice: Vengan a mí todos los que están trabajados y cargados, y yo les daré descanso, Solo la fe puede sacarnos de nuestro confinamiento al pecado. La Ley de Moisés puede mostrarnos claramente nuestro problema y el estándar de Dios, pero no puede darnos la libertad que solo Jesús puede darnos. La libertad se les da a los creyentes.

La ley no es algo malo que se opone a la promesa de Dios. El problema de la ley se encuentra en su incapacidad para dar fuerza a quienes desean cumplirla. Si la ley pudiera vivificar, entonces podría haber traído justicia. Pero la ley de Moisés no da vida; simplemente indica el mandato, nos dice que lo guardemos y nos dice las consecuencias si no cumplimos con el mandato. La gente necia pero sabia en su propia opinión llega a la conclusión: si la ley no justifica, no sirve para nada. ¿Qué hay sobre eso? Dado que el dinero no justifica, ¿diría usted que el dinero no sirve para nada? Porque los ojos no justifican, ¿se los haría sacar? Porque la Ley no justifica, no significa que la Ley no tenga valor”.

Pablo describe la ley como una guardiana antes de la venida de la fe. Dice que “estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada”. Esto implica que la ley tenía un propósito provisional: mantener a la humanidad bajo control hasta que se revelara la fe en Cristo. Pablo compara la ley con un tutor o instructor. El propósito de la ley era guiarnos hacia Cristo, mostrando nuestra incapacidad de cumplirla perfectamente y, por lo tanto, nuestra necesidad de la salvación por fe. Una vez que llega la fe, ya no estamos “bajo el ayo”. La función de la ley como tutor se ha cumplido en la llegada de la fe en Cristo.

Pablo declara que la fe en Cristo es lo que nos hace hijos de Dios, no la observancia de la ley. El bautismo simboliza la nueva identidad que los creyentes reciben al estar unidos con Cristo. Ya no se identifican con la ley, sino con Cristo mismo. El verso 28 es uno de los versículos más conocidos y revolucionarios del Nuevo Testamento: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús”. Pablo afirma aquí la igualdad de todos los creyentes en Cristo. Las divisiones étnicas, sociales y de género no tienen importancia en la nueva comunidad de fe. En Cristo, todos son iguales y tienen la misma posición delante de Dios. Pablo concluye diciendo que aquellos que están en Cristo son verdaderos descendientes espirituales de Abraham y, por lo tanto, herederos de la promesa de Dios. Esto refuerza la idea de que la salvación se basa en la fe, no en la pertenencia étnica o en la observancia de la ley. Pablo explica que la ley tuvo un propósito temporal y limitado, pero no puede justificar ni dar vida. La ley actúa como un tutor que conduce a las personas a Cristo, quién trae la salvación por medio de la fe. Una vez que ha llegado la fe en Cristo, la función de la ley como guardiana cesa. En Cristo, todos los creyentes son iguales, independientemente de su origen étnico, estatus social o género, y son herederos de la promesa hecha a Abraham.

Pastor Carlos Umaña
Comunidad Cristiana Lifehouse.