Este fue un momento apasionado para Jesús. No fue porque Él se estaba despidiendo de sus discípulos, sino que ahora había llegado el momento de la razón central por la que vino al hombre: para instituir un nuevo pacto con los hombres, basado en su propio sacrificio. Este no fue el principio del fin; era el principio del principio. En los siguientes versículos Lucas nos dice que Jesús, después que hubo cenado, tomó la copa. Parece ser que Jesús tomo la copa tanto antes como después del pan. De acuerdo a la costumbre de la cena de pascua, esto no era nada inusual: Normalmente, había cuatro copas diferentes de vino, de las cuales se tomaba ceremonialmente durante la cena. Jesús aún no ha celebrado la pascua en el cielo. Él está esperando que todo su pueblo se reúna con Él, entonces habrá una gran cena, conocida como la cena de las bodas del Cordero. Este es el cumplimiento en el reino de Dios que Jesús está esperando.

Cuando el pan era levantado durante la pascua, el líder de la cena decía: “Este es el pan de la aflicción que nuestros padres comieron en la tierra de Egipto. Que venga y coma cualquiera que tenga hambre; Que venga y coma de la cena de Pascua cualquiera que esté en necesidad”. Todo lo que se comía durante la cena de Pascua tenía un significado simbólico. Las hierbas amargas representaban la amargura de la esclavitud; el agua salada recordaba las lágrimas derramadas durante la opresión en Egipto. El platillo principal de la cena, un cordero recientemente sacrificado por ese hogar en particular, no simbolizaba nada conectado con las agonías de Egipto. Era el sacrificio que cargaba con los pecados que permitía que el juicio de Dios pasara sobre la familia que creía. La pascua creó una nación; una multitud de esclavos fue liberada de Egipto y formó una nación. Esta nueva Pascua también crea un pueblo; aquellos unidos en Cristo Jesús, quienes recuerdan y confían en su sacrificio.

Jesús no dio la explicación normal del significado de cada uno de los alimentos. Él las reinterpreto en sí mismo, y el enfoque ya no estaba en el sufrimiento de Israel en Egipto, sino en el sufrimiento que lleva el pecado que Jesús cargó de su parte. Las palabras “este es mi cuerpo” no tenían lugar en el ritual de la pascua; y como innovación, deben haber tenido un efecto muy impresionante en ellos, un efecto que crecería con mayor entendimiento obtenido después de la pascua. Esta es la manera en la que recordamos lo que Jesús hizo por nosotros. Mientras comemos el pan, debemos recordar como Jesús fue golpeado y azotado por nuestra redención. Mientras bebemos de la copa, debemos recordar que su sangre, su misma vida, fue derramada en el Calvario por nosotros. Esta es la manera en que tenemos comunión con Jesús. Debido a que su redención nos ha reconciliado con Dios, ahora podemos sentarnos a la mesa con Jesús y disfrutar de la compañía del uno al otro. El entendimiento exacto de estas palabras de Jesús ha sido la fuente de gran controversia teológica entre cristianos. La iglesia católica romana tiene la idea de la transubstanciación, que enseña que el vino y el pan se convierten en la verdadera sangre y carne de Jesús. Martín Lutero tuvo la idea de consustanciación, lo que enseña que el pan sigue siendo pan y el vino permanece siendo vino, pero a través de la fe son lo mismo que el cuerpo real de Jesús. Lutero no creía en la doctrina de la iglesia católica romana de la transubstanciación, pero no se alejó mucho de ella. Juan Calvino enseñó que la presencia de Jesús en el pan y el vino es real, pero solo espiritual, no física. Zwinglio enseñó que el pan y el vino son símbolos significativos que representan el cuerpo y la sangre de Jesús. Cuando los reformadores suizos debatieron el asunto con Martín Lutero en Marburg, hubo una enorme contienda. Lutero insistió en algún tipo de presencia física porque Jesús dijo: “este es mi cuerpo”. Él insistió una y otra vez, escribiéndolo en el terciopelo de la mesa, “este es mi cuerpo” en latín. Zwinglio respondió: “Jesús también dijo yo soy la vid” y “yo soy la puerta”, pero entendemos lo que dijo. Lutero contestó: “No lo sé, pero si Cristo me dijera que comiera estiércol, lo haría sabiendo que es bueno para mí”. Lutero fue tan firme en esto porque lo vio como un asunto de creer las palabras de Cristo; y por qué pensó que Zwinglio era comprometedor, dijo que era de otro espíritu. Irónicamente, Lutero más tarde leyó los escritos de Calvino acerca de la cena del Señor (que eran esencialmente las mismas ideas de Zwinglio) y pareció estar de acuerdo con, o al menos aceptó, los puntos de vista de Calvino. Escrituralmente, podemos entender que el pan y la copa no son solo símbolos, sino que son imágenes poderosas en las que podemos participar, para entrar en la celebración de la mesa del Señor como la nueva Pascua. Lo que es seguro es que Jesús nos ordena a conmemorar, no su nacimiento, ni su vida, ni sus milagros, sino su muerte.

Sorprendentemente, Jesús anunció la institución de un nuevo pacto. Ningún hombre podría instituir un nuevo pacto entre Dios y el hombre, pero Jesús es el Dios-hombre. Él tiene la autoridad para establecer un nuevo pacto, sellado con sangre, de la misma manera que el viejo pacto era sellado con sangre (Éxodo 24:8). El nuevo pacto concierne a una transformación interna que nos limpia de todo pecado: Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (Jeremías 31:34). Esta transformación pone la Palabra y voluntad de Dios en nosotros: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón (Jeremías 31:33). Este pacto se trata de una relación nueva y cercana con Dios: Y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo (Jeremías 31:33). Podemos decir que la sangre de Jesús hizo posible el nuevo pacto, y también lo hizo seguro y confiable. Está confirmado con la vida de Dios mismo. Parecería indicar que Judas estaba presente cuando Jesús pasó el pan y la copa a sus discípulos. Este es un tema de debate entre los estudiantes de la Biblia. Estaba determinado por profecía que el Mesías debía ser traicionado (Salmos 41:9). No obstante, ay de aquel hombre quien de hecho traicionara al Mesías. Judas nunca podría alegar que él estaba ayudando a Jesús a cumplir la profecía. Él fue y es completamente responsable de su pecado ante Dios. El hecho de que Dios anule el mal que hacen las personas malas cuando cumple con sus propósitos no los hace menos malvados. Judas mantuvo muy bien su secreto, porque ninguno de los otros discípulos parecía sospechar de él.

Pastor Carlos Umaña Comunidad Cristiana Lifehouse.